miércoles, 25 de febrero de 2009

This is the end

No, amigos mios, no se piensen que ha sido una cuestión de pereza o un simple capricho. El hecho de que haya dejado pasar más de dos mes desde la última entrada ha sido por un problema de alergia. Sí, soy alérgico al mes de diciembre y todo lo que va unido a él. En fin, que un año más, y aunque parezca imposible, he sobrevivido a otra navidad. No sé si serán capaces de creerlo, pero aún me dura la hinchazón de cojones que me produce el rollito navideño; tanto es así que podría guardarlos en una cajita para usarlos de adorno el año que viene en cualquiera de los arbolitos que durante esas fiestas cobran protagonismo en nuestras casas. Sí, damas y caballeros, la navidad me pone los pelos de punta y me toca las pelotas.
No quiero que piensen que me pongo en plan radical anti-navideño por ir contra la mayoría, es que sencillamente no me cabe en la cabeza la pasión que levantan en muchos esas fechas. Sinceramente yo sólo me apasionaría con la navidad si fuera pederasta y trabajara haciendo de papá noel en unos grandes almacenes, pero como no lo soy... el hecho de pasarme ocho horas al día restregando los culos de los niños en mis rodillas... también me tocaría las pelotas. Lo único que espero es que los papás noeles de los cortes ingleses (y demás antros horteras) lo hagan por dinero y no por placer. Sea como sea, si han llevado a sus niños a que hicieran sus peticiones al señor bonachón de barba blanca... espero que hayan vigilado muy de cerca sus manos enguantadas, por lo que pudiera llegar a pasar; supongo que el hecho de que santa claus te meta mano cuando vas a pedirle tus regalos te puede crear un trauma de por vida. De hecho, yo tuve una novia que sufrió un "acoso papanoeliano" y todos los 24 de diciembre me vestía con el típico trajecito rojo y me azotaba el culo hasta que mis pobres posaderas cogían un color más intenso que el del propio disfraz (que conste que yo me dejaba azotar gustosamente porque un poco de mano dura no hace mal a nadie). De todos modos, si no quieren correr ese riesgo, el año que viene olviden al gordo vestido de rojo y escriban su carta a los reyes magos. Ánimo!! Acabemos de una puta vez con el jodido papá noel!!
Joder, creo que me parezco al personaje de Bill Murray en "Los fantasmas atacan al jefe", aunque yo, al contrario que Bill, no conseguí reconciliarme con mi hermano, mi novia, la navidad... ni con la película que, por cierto, me parece una auténtica mierda caliente.
En fin, creo que voy a dejar el temita porque me conozco y corro el riesgo de terminar cagando encima de "Qué bello es vivir", los telemaratones, el mensaje del rey, los mazapanes, los portales de belén y las misas de gallo.
Bueno, imagino que estarán preguntándose qué cojones hago hablando de la navidad a estas alturas del año, verdad? Pues bien, mi (ya confesada) alergia a esas fechas es la culpable del abandono al que me he visto obligado a someter a "plastic life".

Sé que algunos de ustedes, después de leer lo que estoy a punto de escribir, me considerarán un monstruo sin sentimientos ni escrúpulos pero... sinceramente, me importa tres cojones!
El caso es que hace un par de meses, mientras veía un especial navideño de "Mira quién baila", me dio un pronto de lo más raro. Confieso que no sé si me pone más nervioso la pánfila de la Igartiburu (más conocida como "la hermafrodita donostiarra"), Ortega Cano bailando un hip-hop o las divertidas (es ironía, of course) valoraciones de Mariano Mariano, pero la cuestión es que una extraña locura se apoderó de mí y mi mente comenzó a trazar un plan descabellado que terminaría por llevarme directamente al lugar desde el que les estoy escribiendo; pero no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.
Apagué la tele para dejar de torturarme con Cesares Cadavales, Anas Obregones y demás comparsa, salí a la calle a comprar una botella de champán y volví a casa para organizar una pequeña fiesta para brindar por el nuevo año que estaba a punto de comenzar. La lista de invitados no era muy larga pero todos tenían algo en común: en mayor o menor medida, todos me habían tocado los cojones y, precisamente por eso, no podían faltar a mi cita.

Vinieron Jaime, Katia y Lorenzo (el mono tití), Leandra y Matías (por separado, claro; después de la movida de la prueba de paternidad en directo habían tomado caminos diferentes), Adela y Cipriano. Realmente mi abuelo y mi actual amante no se merecían estar en aquella fiesta pero ambos se empeñaron en asistir y yo no supe negarme, así que... peor para ellos. No pude evitar que todos ellos me recordaran a personajes del "Cluedo" que hubieran decidido cambiar sus papeles de asesinos por los de víctimas. Por primera vez mis particulares señorita Amapola, doctor Mandarino, señor Pizarro, marqués de Marina, profesora Rubio y señora Prado dejarían a un lado el candelabro, el puñal, la cuerda, la llave inglesa... para caer en mis garras. Esta vez no se trataba de desenmascarar al asesino como en el famoso juego de mesa (evidentemente ese era mi papel) si no más bien de calcular cuántos de mis invitados saldrían con vida de mi casa.

Allá por el mes de septiembre (supongo que lo recordarán) decidí envenenar a Katia y a Jaime con unas piedras de hielo aderezadas con cianuro; cierto es que finalmente mi endeble conciencia sólo me permitió provocarles una cagalera con un potente laxante, pero esta vez todo iba a ser diferente porque el pepito grillo que vivía dentro de mi cabeza se había ido a comer unas hojas de lechuga a algún lugar lejano desde el que, por mucho que gritara, yo no alcanzaba a oír su voz.
Abrí la botella de champán, vacié el bote de veneno en su interior y me presenté en el salón dispuesto a llenar las copas de mis invitados. Yo, por descontado, odio el champán y celebré la próxima llegada del año con una cerveza sin ningún tipo de aditivo extra. "El niño no bebe un poco?" le pregunté a Katia señalando a Lorenzo que me miraba con esos ojos redondos encajados en esa cabeza de pelo naranja que me pone tan nervioso. "Sí, máma" gritó el mono tití recalcando bien el acento en la primera "a" (lo que, por otra parte, me puso aun más nervioso). "Claro mujer, que un día es un día" le dije mientras colocaba en la mano de Lorenzo una copita. Coño con el niño! Se bajó el champán de un solo trago y me pedía más mientras bizqueaba y se relamía como un poseso. Por supuesto no le serví ni una gota más por miedo a que, debido a la velocidad a la que bebía y a las pequeñas dimensiones de su cuerpo, se muriera demasiado pronto, alarmara a los demás y pudieran sospechar algo.
Ay, qué felicidad verles brindar tan contentos! Si es que... en el fondo soy un sentimental, no puedo evitarlo. En ese momento tan mágico, durante décimas de segundo, pasó por mi cabeza la idea de dejar a un lado mi cerveza y pasarme al champán para unirme a esta especie de suicidio (más bien crimen) colectivo en plan secta estadounidense del tipo "davidianos" que, como imagino recordarán, montaron la de dios en la granja de Waco obedeciendo las ordenes de su líder. Pero confieso que esa idea abandonó enseguida mi cabeza y decidí que, probablemente, me resultaría más placentero asistir a "la fiesta del veneno" como un mero espectador; así que, me senté y esperé.
Sí, señoras y señores, sé que lo que hice no estuvo bien pero... qué quieren que les diga? Llegados a ese punto no podía dar marcha atrás, así que salí de casa para evitar la visión de aquellos cuerpos retorciéndose en el suelo y llenándolo todo de vómitos y excrementos y me fui al cine a disfrutar con "La Ola" ("Die Welle") una peli alemana que les recomiendo encarecidamente a todos (también al padre de los nueve; tranqui, que en esta no salen ni tetas ni culos).
Imaginen mi sorpresa cuando llegué de nuevo a mi casa y descubrí que mis víctimas habían desaparecido dejando un reguero de fluidos oscuros y olorosos por todo el pasillo, y en su lugar quienes me esperaban eran cuatro policías con cara de pocos amigos. Lo primero que pasó por mi cabeza es que alguien se había equivocado y había enviado a un grupo de "boys" a la dirección errónea pero esa idea abandonó mi cabeza a la misma velocidad que los guripas se lanzaron sobre mí para esposarme y leerme mis derechos.
Mientras me conducían a comisaría descubrí que había sido Cipriano el que había conseguido reptar hasta le teléfono y dar la voz de alarma.
Después de unos lavados de estómago y unas semanitas ingresados y alimentándose por vía intravenosa, han sido dados de alta y se encuentran más o menos bien, al menos eso me ha dicho mi abogado. Él dice que eso me beneficia de cara al juicio porque, como ninguno se ha muerto, sólo pueden acusarme de intento de homicidio múltiple. Sea como sea, ya hace dos meses que estoy entre rejas y todo indica que me caerán unos cuantos años, pero no se preocupen por mi; estoy seguro que me divertiré, al menos eso me dice mi nuevo compañero de celda que es un tío de 2 metros, 120kg, calvo, bigotudo y vestido de cuero de los pies a la cabeza. "Tú relájate que ya verás lo bien que nos lo vamos a pasar", me dice. La verdad es que parece un tío majete. En fin... Qué pasa? No cuela esa ingenuidad, verdad? Supongo que después de tantos meses y más de veinte entradas ya me conocen lo suficiente para saber que ingenuo, lo que se dice ingenuo... poquito. Pues sí, sé que las intenciones de Romualdo (así se llama el oso que duerme en la litera de abajo) son dejarme el ojete como el túnel del negrón pero... qué quieren que les diga? En algo habrá que matar el tiempo, no?
He pedido un ordenador portátil pero parece que por el momento no es posible, de hecho les escribo desde el pc del director (yo prefiero llamarle alcaide, que le da a la historia un rollo más tipo Alcatraz) que me ha dado permiso para despedirme de todos ustedes.
Qué será de mi vida? Me pudriré en este agujero? Conseguiré salir en libertad condicional bajo fianza? Me perdonarán algún día mis queridas víctimas? Me traerán un portátil? Será Romualdo el amor de mi vida? Joder, cuántas preguntas en el aire a las que, por ahora, no puedo responder; quizás en un futuro... quién sabe.

En este preciso instante me viene a la cabeza el final de una de las muchísimas etapas del "Un, dos, tres", allá por los ochenta, en la que Narciso Ibañez Serrador mandaba meter en un ataúd a la más grade de sus creaciones: la calabaza "Ruperta" (está claro que la "Botilde" y el "Chollo" nunca consigueron hacerle sombra). Eso sí, cuando un señor muy siniestro se disponía a clavar la tapa del féretro con un enorme martillo, Chicho le advertía: "Ciérrelo, pero no demasiado fuerte; que nunca se sabe". Ahora mismo, la mitad de mí se siente como esa calabaza entrando en el ataúd y preparándose para un sueño reparador... no sé si demasiado largo o quizás demasiado corto, y la otra mitad como el hombre siniestro que está a punto de introducir los clavos en la madera.
Sea como sea, y antes de que la tapa se cierre del todo, quisiera dar las gracias de todo corazón a Sarita (la primera y más mejor de las fans), la Yeni (y la Yessi), Pui, al padre de los nueve, a Berto, a Kika, DonGato, al recientemente incorporado Jaime Bores, al Comandante Castillo (siempre a sus órdenes, amigo mio), a BDG, a la falsa Adela, al gran Oscarín, la familia "parafusa", mis alemanes plasticosos y todos los que nos espiaron desde sus madrigueras parapetados tras la pantalla del ordenador, a quienes de un modo u otro han formado parte de "plastic life" y a todos los que he olvidado incluir en este agradecimiento pero que siempre tendrán un hueco en mi corazón.
Damas y caballeros, me resulta muy difícil cerrar esta entrada pero no quiero ponerme pesado ni sentimental así que sólo les diré que... soy de plástico, pero les echaré de menos.