lunes, 30 de junio de 2008

La voz de mi conciencia es apenas un susurro

Bien, como lo prometido es deuda… aquí estoy. Lunes por la mañana, oficina sin aire acondicionado, montones de papeles sobre la mesa, los teléfonos sonando sin parar… y una sonrisa de oreja a oreja. Supongo que no hace falta que os diga que la quemadura del sábado mereció la pena. No entraré en detalles demasiado íntimos, más que nada para que mi queridísima amiga Pui, que me lee habitualmente y es bastante recatada, no sufra un colapso o decida arrancarse los ojos después de leer un texto que ella calificaría de “espantosa cochinada”; por cierto Pui, gracias por la invitación a la “fiesta pirata”, te tomo la palabra para la próxima, pero este fin de semana el plan era otro: aniquilar el recuerdo de Leandra y todo lo que aún sentía por ella.
Después de volver de la playa hice la llamada de rigor a mi asesor sentimental particular. Jaime estaba en casa, feliz porque había vuelto al garito donde nos pillamos el pedo el viernes y allí estaba, abandonado en un suelo lleno de colillas y lapos, su gorro de lana. “Tío, no imaginas el subidón cuando lo vi”, me dijo casi emocionado; después de tantos años de amistad he desarrollado la capacidad de imaginar ese tipo de cosas. Por supuesto, aunque se me pasó por la cabeza, preferí no preguntarle si se había molestado en lavarlo; después de tantos años de amistad también tenía capacidad para imaginar la respuesta.
La cuestión es que Jaime me aseguró que el ya famoso refrán de la mora funcionaba a la perfección pero insistió en que si quería borrar de mi cabeza a Leandra debía hacerlo en el terreno más hostil: la casa que había compartido con ella los últimos tres años. La simple idea de imaginarme con Katia en la cama que aún olía a Leandra me escandalizó y excitó a partes iguales. No sé por qué me empeño en hacerle caso a Jaime, un tipo cuya vida sentimental no es espantosa si no sencillamente inexistente, pero el caso es que me faltó tiempo para avisar a Katia del cambio de planes, preparar una de mis especialidades culinarias, abrir una botella de vino y darme una ducha.
A las diez en punto Katia entraba por la puerta de mi casa. Dos besos, un vino, sonrisas, coqueteo, una ensalada de rúcula con queso feta que ninguno de los dos probó…
A las diez y cuarto estábamos en la cama.
Lo cierto es que se notaba cierta necesidad por ambas partes; de hecho pensé que quizás Katia me estuviera utilizando también para borrar la mancha de alguna mora. No se lo pregunté; no hablamos.
He dicho que no iba a entrar en detalles íntimos y no lo haré. No es una cuestión de pudor (en el diccionario de un exhibicionista como yo esa palabra no existe), si no de respeto hacia Katia. Sólo diré que después de despedirla en la puerta justo en el momento que empezaba a amanecer, volví a la cama para disfrutar del olor que había dejado en mis sábanas y comenzaba a tapar el de la mujer que había sido propietaria de aquella cama durante tanto tiempo. Me dormí con la voz de la conciencia susurrando algo, pero la oía tan a lo lejos que decidí no hacerle caso.
Cambiando de tema, llevo exactamente tres cuartos de hora intentando escribir algo sobre el partido de ayer y soy absolutamente incapaz. Confieso que no soy ni futbolero ni patriota, con lo cual... me alegro por los que ganan y lo siento por los que pierden. Los empates son mucho más justos siempre, pero qué sería de la condición humana sin la necesidad constante de quedar siempre por encima y aplastar al contrario? En fin, soy de plástico y me gusta empatar; llámenme bicho raro.

sábado, 28 de junio de 2008

Un día de playa


Tengo que confesar que no soy un tipo demasiado refranero. No solo no me gustan los refranes si no que, además, no conozco demasiados. Quitando los cuatro o cinco más típicos… en el mundo del refrán estoy absolutamente perdido, pero el viernes, y en respuesta a mi entrada, Jaime escribió un comentario en el que hacía referencia a su resaca (amigo, yo aún no la he superado del todo) y al modo de luchar contra ella: “La mancha de mora, con otra mora se quita”. Reconozco que me pasé la tarde del viernes tumbado en el sofá releyendo las “Ventajas de viajar en tren” de Antonio Orejudo Utrilla (editorial Alfaguara; por si alguien quiere pasar un rato delicioso) y sin poder quitarme de la cabeza el jodido refrán. Pensé que si con las moras y las resacas funcionaba… quizás también lo haría con las mujeres. Se trataba de una especie de terapia; tenía que olvidar a Leandra lo antes posible.
Ni corto ni perezoso (esta frase es tan cursi que me fascina!!) me lancé a rescatar del olvido una agenda con algún que otro número de teléfono de mujeres de cuyos nombres no podía acordarme; pero para eso están precisamente las agendas. Ya sé que muchos pensaréis que en la era del móvil lo de la agenda suena por lo menos raro, pero es lo que hay; cuando uno tiene unas manos como las que nuestro jodido Creador (insisto que arderá en el infierno por su crueldad) ideó para nosotros… el tema móvil se complica. Mataría por unos dedos prensiles!!
El caso es que gracias a la agenda, y tras varios intentos fallidos, conseguí una cita con Katia. Hacía más de cinco años que no hablábamos y noté su extrañeza al otro lado de la línea. Supongo que pensó que lo que quería era echar un polvo; y mucho no se equivocaba (ya sabéis, el tema de la mora). Dicen los chicos de “Pastora” en uno de los temas de su disco “Circuitos de lujo” (otra recomendación para otro momento delicioso), que “las cosas que valen la pena… queman”, y salvo en contadas ocasiones… un polvo vale la pena, por lo que decidí quemarme e invitar a Katia a pasar un día en la playa.
Tengo un serio problema con el sol; mi tez clara atrae sus rayos de un modo tan intenso que no hay crema protectora capaz de evitarme el típico color rojizo acangrejado. En fin, que nos divertimos, hablamos, recordamos viejos tiempos de cafetería de facultad, y quedamos para cenar esta noche. Aún no sé si la quemadura ha valido la pena, pero todo parece indicar que sí; ya os contaré. Soy de plástico, pero tengo ganas de follar. Y de olvidar.
El lunes más, señores, que mañana estaré cansado o deprimido.

jueves, 26 de junio de 2008

El que va de romería...


Esta mañana cuando he llegado al trabajo y el guardia de seguridad de la entrada me ha dado los buenos días me han entrado ganas de quitarle la porra y golpearle con ella la cabeza hasta reventarle la tapa de los sesos. "Para tí son buenos, gilipollas?" debería haberle dicho, "porque para mí son una puta mierda". En fin..., el hombre tendría la mejor de sus intenciones pero a mi me toca las pelotas. Lo siento, cuando tengo resaca soy lo peor. Lo único que me consuela es que por fin es viernes.

Ayer estuve con mi amigo Jaime (tío, te quiero!!!) y hoy no puedo con el alma. Trataré de arrastrarme por la oficina durante ocho horas y de pasar lo más desapercibido posible para que no me caiga ningún marrón.

Jaime es el amigo ideal para quedar dos días después de que tu novia te haya dado por el culo. Sólo me hicieron falta unas cervezas, unos porros y su discurso para convencerme de lo poco que necesito a las mujeres y, sobre todo, a Leandra.



Después del alcohol, las drogas y la exaltación de la amistad propia de los borrachos sólo me faltó declararle amor eterno a Jaime. En el fondo creo que lo mejor sería haber sido maricón o, mejor dicho gay, que no quiero herir ninguna sensibilidad; aunque al que probablemente ofenderé será a mi amigo Oscar, que le gusta más un maromo cachas que a un tonto un lápiz, y cuando le confesó con veinte años a su padre que era gay, el hombre le dijo "pero qué gay, ni gay?. Tú lo que eres es maricón!". Oscar siempre dice que su padre es muy sabio y, desde entonces, no soporta que le llamen gay. Él es maricón, y punto.

El caso es que al final ni le declaré amor eterno a Jaime ni tan siquiera creo que hubiera podido aunque tuviera la intención. Fueron demasiadas horas bebiendo y fumando y terminé la noche vomitando sobre el suelo del cuarto de baño... pero felíz! No necesitaba a nadie para ser un tipo alegre; estaban mis amigos, mi familia... y Leandra ya era pasado. O eso creía yo.

Después de vaciar mi estómago me metí en la cama y en menos de dos horas sonó el puto despertador. Fueron pocas horas de sueño, pero las suficientes para olvidar el discurso de Jaime. Mientras el monstruo que vive sobre mi mesilla de noche chillaba con su voz de pito pensé que echaba de menos a Leandra a pesar del tremendo dolor de cabeza. Sigo enamorado, triste y, encima, resacoso. Soy de plástico, pero estoy hecho una mierda. Por cierto, tremendo subidón con el tema de la Selección. Esta mañana en el curro me han contado que ya se ha metido en la final después de jugar todo un partidazo. Yo no pude verlo; estaba ciego.

Bienvenidos a plastic life

Ante todo, me gustaría dar la bienvenida a todos aquellos que, de forma premeditada o por simple casualidad, han aterrizado en este blog. Que nadie espere encontrarse nada del otro mundo; señores, todo está inventado. Lo único que puedo ofrecer (más que ofrecer, compartir) es mi vida, mi simple vida, mi vida de plástico.
Me llamo Santiago, aunque todo el mundo me conoce por Santi, tengo veintisiete años y hoy, día de mi cumpleaños, me he decidido a comenzar lo que promete ser, más que un diario íntimo, una vía de escape, un modo de vomitar mis sentimientos (cosa que, por otra parte, no me resulta sencilla), una forma de desnudarme frente a este espejo capaz de reflejar mi imagen en cualquier parte del mundo. Confieso que siento vértigo.
MI NOVIA ME HA DEJADO. Lo escribo en mayúsculas porque, mientras lo plasmo en la pantalla, lo grito dentro de mi cabeza (MI NOVIA ME HA DEJADOOOOOO!!!!!!). Tengo que confesar que me hubiera encantado verlo venir, que ella me hubiera comunicado su decisión para poder suplicarle como un gilipollas, llorar tratando de ablandar su corazón, para arrastrarme por el suelo agarrado a sus tobillos amenazando con matarme si salía por la puerta. Habría hecho lo que me pidiera salvo ponerme de rodillas. No, no es una cuestión de orgullo si no un impedimento físico. Está claro que nuestro Creador decidió por su cuenta que las articulaciones no eran importantes. Menudo hijo de puta! Ya me gustaría verle a él tomarse una caña sin tener codos o suplicar a su novia sin poder arrodillarse. Imagino que por su crueldad arderá en el infierno el muy cabrón.
En fin, que ni tan siquiera tuve la oportunidad de suplicar porque Leandra (desde que se fue es la primera vez que escribo y leo su nombre) desapareció mientras yo dormía plácidamente, respirando el olor impreso en su lado de la cama. Supongo que hablaré de ella en más de una ocasión, a fin de cuentas, hemos compartido casi tres años de nuestras vidas y, sinceramente, aún guardo la esperanza de verla entrar por la puerta diciéndome que me quiere, que no sabe qué se le pasó por la cabeza, que no quiere separarse de mi nunca más, que vamos a ser muy felices, que... Mierda pa mi. Estarás pensando que soy un "pringao", no? Pues sí, lo soy. Estoy enamorado y estoy sufriendo. Soy de plástico, pero tengo corazón. No puedo evitarlo.