lunes, 25 de agosto de 2008

Quiero ser un asesino en serie


Hola, amigos y amigas plasticosos. Hoy es un día más que especial para las fans de Matías (aún recuerdo comentarios escritos en este blog del tipo "es tan mono..."). En fin, que aunque en su día llegamos a las manos, tengo que confesar que se ha convertido en alguien cercano e importante en mi vida. Supongo que no hace falta que os recuerde que actualmente Matías es la pareja de mi ex-novia Leandra (vade retro, Satanás) y que además es mi compañero de trabajo, no? Bueno, pues incluso con ese historial, le he cogido mucho aprecio. Ya sé que andarse de confesiones con el tío que se cepilla a tu ex es un poco... vamos a decir raro, pero Leandra está tan perdida en mi memoria que el escozor que pudiera llegar a sentir por su traición no pasa de ser un ligero picor de huevos que se alivia con una discreta rascadita a través del bolsillo del pantalón. Vale, las metáforas nunca han sido lo mío pero ya sabes, Yeni, que me gusta ser un poco burro y soez a pesar de correr el riesgo de perder el poquito encanto que pueda tener.

Bueno, estoy empezando a dispersarme y lo mejor que puedo hacer es comenzar la casa por el tejado y darle coherencia a mi historia.

Los últimos días (desde la carta de Katia y la movida de la sandwichera del Alcampo) tengo, como dirían en "Cristal", "la moral por el piso y no me provoca platicar". Sí, qué pasa? Acaso soy el único que se tragó el jodido culebrón? De hecho, hace un par de años, apoyándome en el rollito "vintage" que está tan de moda, diseñé unas camisetas con el slogan: "Cristal y Luis Alfredo. Eternal love" en el pecho y una foto de "la beba de los Ascanio paraliticada" impresa en la espalda. Hace falta que les diga que no vendí ni una? Juro que no entiendo a la gente. Odio a todos esos hijos de puta que encumbran a personajes del tipo "chiquilicuatre" y que, a la primera de cambio, no sólo los olvidan si no que reniegan de ellos. Quién se acuerda a estas alturas del "crusaíto" o el "briquindans"? Lo único bueno de todo esto es que, al fin, David Fernández ha podido matar al puto personaje que le convirtió en el bufón de todos los españolitos durante varios meses. Hay que joderse; cómo está el país!!


Bueno, voy al grano porque todo esto me sirve para decirles que sí, que estoy muy depre y que se me nota; de hecho Matías lo ha captado al vuelo nada más verme entrar por la puerta de la oficina. No es que el tío sea un lince; más bien era evidente por mi aspecto desaliñado y las lágrimas que corrían por mis mejillas al encender mi ordenador y ver el salvapantallas con la foto de un servidor junto a Katia en un bonito día de playa que compartimos no hace demasiado tiempo.
El caso es que le conté a Matías toda la película y él tuvo claro que con quien debía hablar, sin dejar pasar más tiempo, era con Jaime, a fin de cuentas él es mi mejor amigo y, aunque no tuviera demasiadas ganas de enfrentarme a él cara a cara para tratar el tema, debía hacer un esfuerzo por salvar una amistad que se remonta casi hasta nuestra más tierna infancia.
Estoy seguro que Jaime ha entrado en el blog y ya sabe de la existencia de la famosa carta de Katia; imagino que, precisamente por eso, no ha dado señales de vida desde hace unos días. También le conté que lo que realmente me pedía el cuerpo era cargarme a Jaime, a Katia, a su mono tití y a todo ser plasticoso que se cruzara en mi camino. Me imagino a mí mismo portando un lanzallamas y derritiendo sus cuerpecitos hasta dejar pegado sobre el suelo un negro bulto informe que no recuerde en nada lo que había existido antes de que el fuego hiciera su trabajo.
Después de esta última confesión, Matías rebuscó en el cajón de su mesa y me tendió una tarjeta de visita de una amiga suya que según él "es muy buena psicóloga y puede echarte una mano con tu problema". Pero qué coño problema? Querer matar a todos es un problema? Si pretendiera comerme sus cadáveres, disecarlos o, incluso, hacerme un traje con sus pieles de plástico... podría entender que necesito ayuda de algún loquero (vale, ya sé que los psicólogos no son loqueros), pero yo sólo quería cargármelos sin más; como todos estos que salen a diario en la tele, nada escandaloso; unos simples crímenes que ocupen tres minutos de un informativo y punto. Aunque pensándolo bien... ya de hacerlo, mejor que fuera a lo grande, no?


Desde la oficina hice una serie de llamadas: la primera a la amiga de Matías (me ha citado para dentro de tres días en su consulta), la segunda a Jaime y la tercera a Katia; con ellos he quedado esta tarde en mi casa, pero ninguno de los dos sabe que el otro estará allí. Para arreglar las cosas será mejor que estén presentes ambos y, si por el contrario, decido cargármelos... para mi también será más cómodo matar dos pájaros de un tiro dentro de la misma jaula, no creen? En fin, amigos míos, que todo depende del punto que me dé cuando entren por la puerta. Por lo que pueda pasar tengo trazados dos planes; el plan A (trataré que sea éste el que finalmente se lleve a cabo) mucho más amable y conciliador, y un posible plan B del que no puedo hablarles por miedo a que, llegado el caso, este blog pudiera ser utilizado en mi contra en un hipotético juicio por asesinato.
Lo único que le falta a mi vida de plástico son un par de crímenes. En fin, queridos amigos, espero poder contarles una bonita historia en nuestro próximo encuentro blogero y no un relato cruel y sangriento; pero nunca se sabe. "Quid pro quo, Clarice".

lunes, 18 de agosto de 2008

Una de cal y otra de arena

No sé si existe la felicidad completa, pero sí sé que, en caso de existir, yo no la conozco. No tengo queja de cómo ha ido desarrollándose mi vida; no he nacido, como suele decirse, con una flor en el culo, pero tampoco soy un desgraciado al que no le sale una al derechas. El caso es que lo que realmente me jode es lo complicado que resulta mantener un nivel de felicidad más o menos constante; cuando parece que uno alcanza ese punto de paz consigo mismo... tiene que aparecer algo que te desestabiliza de nuevo. Es algo así como llevar el coche a lavar y cuando vuelves con él brillante, limpísimo, precioso y oliendo a pino o a limón tanto por dentro como por fuera... una tremenda cagada de pájaro se precipita desde las alturas para aterrizar en el puto centro de tu capó. Pues bien, en mi caso, el pájaro dispuesto a vaciar sus intestinos sobre mi vida limpia y brillante se llama Katia. Ella no lo hace a propósito; de hecho sé que me tiene mucho cariño, pero a veces no somos capaces de controlar nuestros esfínteres y, claro, pasa lo que pasa: la gran cagada!!

Un par de horas antes de mi cita con Katia empecé a olerme que lo que iba a decirme no iba a gustarme del todo pero, por otro lado, qué podía contarme peor que lo que ya sabía? Después de nuestras vacaciones con toda la "troupe" me dejó muy claro que nuestra historia se había terminado pero que quería que siguiéramos siendo buenos amigos. Lo único que se me ocurría era que ya no quisiera ni siquiera eso conmigo pero entonces, para qué vernos? En ese caso podría dejar pasar el tiempo e ir desapareciendo poco a poco de mi vida sin necesidad de tomarse un café conmigo y verme el careto. En fin, hacer conjeturas a estas alturas era ridículo; mejor sería arreglarme un poco, salir a la calle para encontrarme con ella y disipar todas mis dudas.
Por si acaso le había dado un punto raro, me duché (nunca se sabe cuándo alguien va a respirar a escasos centímetros de tu entrepierna), vacié medio bote de desodorante en mis axilas y me enjuagué la boca con un elixir que te deja durante un par de días el aliento como si tu lengua fuera un caramelo de eucalipto. No es que yo fuera con la intención de echar un polvo, pero... a nadie le amarga un dulce, no? Si existía una sola oportunidad iba a aprovecharla; para qué voy a mentir. Los días de vacaciones fueron poco productivos sexualmente y uno es de plástico, señores, pero no de piedra.
El caso es que con puntualidad inglesa llegué a la cafetería donde había quedado con Katia y ella ya estaba sentada en una mesa, pensativa y ligeramente difuminada por el humo que desprendía su taza de té. Me senté frente a ella y noté en su mirada el nerviosismo. Confieso que empecé a acojonarme y que, por primera vez, atravesó mi mente una especie de rayo en forma de pensamiento que me paralizó durante un par de segundos. No se le ocurriría decirme que... Coño, que no, que no puede ser Santiaguín, que tú eres un tío muy precavido; no seas paranoico que no hay posibilidad, a no ser que... Ay, joder, joder, joder que me estoy mareando; menos mal que me he duchado porque estoy sudando como un cerdo. Habla de una vez, joder; dime algo, lo que sea, pero habla que voy a reventar!!
En fin, que todos estos pensamientos se peleaban dentro de mi cerebro mientras Katia seguía mirándome con un gesto entre compungido y avergonzado que no me venía nada bien para el estado de nerviosismo en el que acababa de entrar.
Cuando el camarero me plantó delante el whisky doble sin hielo me armé de valor para mirar fijamente a Katia y plantearle la pregunta que me estaba quemando las entrañas: "Vale, estás embarazada?". "Y tú estás gilipollas?", esa fue su respuesta. Pero bueno, cómo podía hablarle así al padre de su futuro hijo? "Tú te crees que te he llamado para decirte que estoy embarazada? Ay Santi, por Dios, te juro que a veces me dejas alucinada". Vale, entonces qué coño tenía que decirme? Nunca me han gustado los misterios ni las sorpresas, pero una vez descartado el embarazo... confieso que empecé a ver más factible el polvo.
Katia se terminó su té, me dijo que se alegraba mucho de verme y que, aunque me había llamado para hablar conmigo, no había encontrado el valor suficiente y prefería que, cuando ella se marchara, leyera una carta que sacó del bolsillo y deslizó hasta mi lado de la mesa. Se despidió de mi con dos besos y salió por la puerta del local.
No sé muy bien por qué, pero no me atreví a abrir el sobre y esperé a llegar a casa para enfrentarme a la carta de Katia.



Estoy en casa tirado en el sofá. Después de leer la carta de Katia y de tomarme otros dos whiskys noto una especie de aguja de hacer calceta atravesándome el estómago. Seguro que esta puta carta me ha sacado una úlcera. En fin, pienso quedarme en el sofá el tiempo que haga falta hasta que consiga olvidarme del mundo; por suerte cuento con la inestimable ayuda de Almudena Grandes y su última novela "El corazón helado" (el título me viene que ni al pelo y la historia me atrapó desde el principio).

Damas y caballeros, dicen que después de la tormenta siempre llega la calma pero, como era de esperar, en mi caso esto no funciona así. He tenido que dejar plantada a Almudena Grandes para ir al Alcampo a cambiar una sandwichera que se ha comprado Cipriano. No sé si ha fallado el antiadherente o es que él ha hecho algo raro, pero el aparato tenía un sandwich dentro que no había humano capaz de despegarlo. Las señoritas del Alcampo (lo de "señoritas" lo digo con ironía por no llamarlas... en fin...) se negaron a cambiarme la sandwichera en cuestión y yo, imagino que por toda la presión del día, estallé en un llanto incontrolable que sólo pudo calmar el encargado cambiándome la puta sandwichera (con sandwich dentro incluido) y regalándome además cinco cheques descuento. Estaba tan triste que los jodidos cheques descuento me alegraron el día. Me doy pena a mi mismo; qué triste.

lunes, 11 de agosto de 2008

De los Apeninos a los Andes

Disculpen si soy repetitivo, pero creo recordar que en más de una entrada les he mencionado el síndrome de Peter Pan que padezco (y del que, por cierto, estoy absolutamente orgulloso); pues bien, hoy me veo en la obligación de volver a hacer referencia al mismo. Al final, crecer y convertirse en un auténtico adulto es algo por lo que todos tenemos que pasar y que algunos nos empeñamos en evitar a toda costa. Me encanta sentarme en torno a una mesa repleta de cervezas con mis amigos "peterpanes" para recordar y volver a contarnos los unos a los otros dónde estábamos y cómo vivimos la muerte de Chanquete, rememorar el fantástico sabor de los chicles "Adams" de fresa ácida, las chapas con los caretos de los ciclistas de la "Vuelta Ciclista a España" que recorrían a golpe de dedo índice un improvisado circuito pintado con tiza en el suelo, la (casi) necesidad física de que llegara el viernes y con él la sintonía del "Un, dos, tres..." con la maravillosa Mayra (sí, soy de la generación Gómez-Kemp; paso mogollón de Kiko Ledgard y le deseo la muerte a Jordi Estadella) y sus tarjetitas voladoras... Joder, estoy empezando a emocionarme!!! Pero tranquilos que no seguiré por ahí. Todo esto me ha servido para decirles que esta mañana me he sentido como uno de los personajes que más me hizo sufrir durante mi infancia: Marco. Puedo asegurarles que lloré en todos y cada uno de los episodios en los que el pobrecito niño y su pequeño mono Amedio (un mono auténtico y adorable, no como el "pelirrojo malasuerte") recorrían el mundo sufriendo toda clase de penurias buscando a su madre (la del niño, no la del mono). En fin, que aunque quisiera evitarlo, un servidor no podía dejar de soltar la lágrima cuando la edulcorada voz de la sintonía de entrada decía aquello de "no te vayas mamá, no te alejes de mí. Adiós mamá, pensaré mucho en ti..." Coño, qué pena daba el pobre chaval!! Pues bien, damas y caballeros, supongo que esta mañana yo también daba pena viendo a Cipriano salir de mi casa por su propio pie y persiguiendo el culo de la misma enfermera rubia que en su día le trajo sentadito en la silla de ruedas.


Una vez más en mi vida volví a maldecir al tremendo hijo de puta de nuestro creador y a echar de menos unas articulaciones que me hubieran permitido arrodillarme ante mi abuelo y pedirle que se quedara conmigo un tiempo más. Sí, lo sé; cuando Cipriano llegó a casa con su esguince y su sillita me quejé por la intrusión que suponía en mi vida de plástico, pero he de confesarme ante todos ustedes y reconocer que estaba tan triste por su partida que lo único que deseaba era que la enfermera rubia de bote (chocho morenote) se fuera de mi casa para llorar a gusto.
Cuando conseguí que la atención de Cipriano se centrara en mi y no en el culo de la señorita sanitarita (guiño personalizado para Pui) miré a mi abuelo a los ojos y no fui capaz de pronunciar ni una triste palabra. "Te pasa algo, Santi?", me preguntó al tiempo que su rostro mostraba la sorpresa por ver que mis ojos empezaban a encharcarse peligrosamente. Me hubiera gustado decirle muchas cosas, pero no pude. Mientras la primera lágrima comenzaba a deslizarse por mi mejilla presagiando una auténtica catarata, comencé a cantar "en un pueblo italiano, al pie de las montañas, vive nuestro amigo Marco en una humilde morada..." Vaya, que no sigo pero que a Cipriano se la canté enterita, de principio a fin, y con rotura de voz incluida en el momento cumbre ya mencionado ("no te vayas mamá..."). Cuando terminé mi patética actuación nos fundimos en un abrazo y yo, entre unos vergonzosos hipidos provocados por el llanto, le pedí que se quedara conmigo.
Cipriano es un tipo duro, pero noté la emoción en su voz cuando le dijo a "chocho morenote" (que se secaba las lágrimas por la escena que estaba presenciando) que diera muchos recuerdos a todos en "Happy Güelos" y que un día de estos iría a verlos, pero "eso sí, de visita; que ahora vivo con mi nieto".
Por fin, después del hostiazo de Katia, algo parecía salirme bien; no sólo bien si no genial porque Cipriano se empeñó en celebrar que a partir de ahora seríamos compañeros de piso de un modo especial y se hizo con un par de entradas para ver "Boris Godunov" el último espectáculo de "La Fura Dels Baus" que tiene como punto de partida el secuestro del teatro Dubrovka de Moscú por parte de un grupo terrorista en el año 2002.
Qué les puedo contar? Sencillamente fue algo alucinante!!! Si tienen la oportunidad de verlo... haganme el favor de no perderselo. La sensación de ser parte integrante (y, en este caso, clave) de la obra de "La Fura" es algo que no tiene precio. Para ponerles los dientes largos les dejo un enlace que merece la pena visitar: http://www.borisgodunov.es/

Cuando llegamos del teatro puse a trabajar a la pequeña mula que vive en mi ordenador para poder disfrutar, junto a Cipriano, de "De los Apeninos a los Andes". Era demasiado tarde y el sueño nos venció mucho antes de que Marco encontrara a su madre pero en esta ocasión, y por primera vez, el sufrimiento provocado por el niño de dibujos animados no fue tan intenso como antaño; imagino que el subidón de "La Fura" y la paz que me transmitía la respiración acompasada de mi abuelo mientras dormía apoyado en mi hombro funcionaron como el mejor de los antídotos contra la tristeza. Al tiempo que Amedio trepaba por el cuerpo de Marco hasta acomodarse en su cabeza, permití a mis párpados cerrarse poco a poco y dejarse vencer por la presión del sueño. En fin, que hoy ha sido un buen día y me alegro de haberlo compartido con ustedes. Quizás mi suerte empiece a cambiar a partir de hoy; por lo pronto, Katia me ha llamado porque quiere verme. Hemos quedado mañana. Cruzaré mis inexistentes dedos y me encomendaré a San Mazinger Z, Santa Caponata y San Chema Panadero para que todo vaya bien. Ni que decir tiene, amigos mios, que les mantendré informados. No se vayan lejos.

martes, 5 de agosto de 2008

Más dura será la caída



"Todo pasa y todo queda..." que escribió el grandísimo Antonio Machado y cantó Don Joan Manuel Serrat (beso por donde pisa, caballero; gràcies per tot); ese poema es justamente lo que me acompaña al comienzo de esta nueva entrada sobre mi vida de plástico. Supongo que con esa letra dando vueltas por los recovecos de mi cerebro, me resulta más sencillo recopilar los recuerdos de mis vacaciones y asimilar la vuelta a la normalidad (y además de qué manera!!). Lo mío no ha sido un aterrizaje forzoso en la pista de la realidad, si no más bien un tremendo hostión contra el duro cemento sin un triste airbag que llevarme a la cara. Sí, estoy depre; acaso no puedo permitirme ese lujo? Me gustaría deciros que soy muy feliz pero la realidad es otra muy distinta y no tengo por qué engañar a nadie y, mucho menos, a mi mismo. Así que ya lo saben: estoy deprimido y no hay dios que me aguante. Y punto.

El mismo día que comenzó mi viaje a tierras gaditanas hice una promesa en este blog plasticoso y hoy estoy aquí para cumplirla. Me considero un tipo de palabra y como para mi lo prometido es deuda... Eso sí, resumiré porque tampoco tengo todo el día.
Cádiz nos recibió, como de costumbre: con su luz, su calidez, su olor, sus vinos, sus pescaditos fritos y sus playas; y ahí estuvo el primero de nuestros problemas: no hay humano capaz de arrastrar la silla de ruedas de Cipriano por la arena, por lo que tuvimos que optar por la opción de llevarle en plan "sillón de la reina" entre Jaime y un servidor, mientras Katia y su mono tití se hacían cargo de la silla. Vaya, una jodienda.


Por cierto, el mono tití se llama Lorenzo y, para más señas, en la playa se pone insoportable porque la arena en contacto con los pies le da dentera (tócate los cojones!!). Estuve a punto de proponerle a Katia la idea de quitarle las piernas a Lorenzo (es lo bueno de los de nuestra especie, con un poquito de maña y cuidado... nos desmontamos), pero supuse que a ella no le haría gracia cargar durante todo el día con el tronco de su hijo de un lado para otro. En fin, como el niño se sentaba en el centro de la toalla y se ponía cardiaco cada vez que un grano de arena le rozaba, no tuvimos más remedio que quedarnos con la alternativa cutre del verano: la piscina.




Como podrán imaginar nuestra naturaleza plasticosa nos ha ahorrado muchas clases de natación a lo largo de nuestras vidas. Otra cosa es que tengamos mejor o peor estilo, pero flotar se nos da a todos de vicio; bueno, a casi todos. No es que yo le tenga ninguna manía pero, para sorpresa de todos, cuando Lorenzo se tiró a la piscina se fue derechito al fondo. Y allí seguiría si no hubiera intervenido una mujer que, arriesgando su propia vida, se sumergió para rescatarlo cuando el sumidero de la piscina estaba a punto de tragárselo.


En la foto no se aprecia el dramatismo del momento, pero os aseguro que aún se me ponen los pelos de punta recordando como la anónima heroína se tapaba la nariz con la mano derecha (vale, sí, lo de la nariz es un cutrerío) mientras sostenía al casi desfallecido mono tití con la izquierda.

En fin, dejando aparte las aventuras de Lorenzo, hubo tiempo para divertirnos (si Jaime está cerca el divertimento va unido al alcohol) y para alguna que otra cenita romántica con Katia (si quieren impresionar a alguien no olviden este dato: "Los jardines del califa", Vejer de la Frontera).




Y tras una mierda de relato vacacional (no es que no me haya molestado, es que estoy depre. Tengo que repetirlo de nuevo?) les contaré lo verdaderamente interesante para todos esos sádicos que disfrutan con mis desgracias.
En la última cena que tuve a solas con Katia (de buen rollito, eso sí) me dijo que no le gustaba mi comportamiento con su hijo; que yo al niño no le hacía mucha gracia y que se notaba que a mi él tampoco me gustaba (joder, menudo lince!!). Me dijo que, por supuesto, hoy por hoy lo más importante para ella era su hijo y que bla, bla, bla, bla... y también que conmigo estaba muy cómoda pero que bla, bla, bla, bla... y que quizás lo mejor sería seguir siendo buenos amigos y bla, bla, bla, bla...

El viaje de vuelta fue un auténtico calvario: diez horas de carretera, más de treinta grados y montones de pensamientos golpeando contra las paredes de mi cerebro como auténticas brocas dispuestas a agujerearlo para siempre. Por suerte contaba con la discografía completa de Björk que me ayudó a sobrellevar el camino de vuelta a casa.

En este preciso instante me voy a cagar en todo lo que se menea porque me sale de los cojones.

Esta mañana Cipriano por fin se ha puesto en pie. Parece que su esguince se ha curado definitivamente y que ya puede abandonar su silla de ruedas y mi casa para volver a "Happy Güelos". Si le pido que se quede conmigo una temporada... temo que me mande a tomar por culo.

No sé qué voy a hacer con mi vida. Ahora mismo sólo puedo pensar en Katia y precisamente eso es lo único que no debería hacer porque me duele. Odio el amor. Me torturaré mirando las fotos de Katia mientras pienso que, al igual que para Escarlata O'hara, para mí también mañana será otro día.