Queridos amigos plasticosos, esta mañana apenas he tenido fuerzas para abandonar la cama, rascarle el moho a una rebanada de pan "bimbo" y engullir un par de alkaseltzer. El pasado viernes, como ya empieza a ser habitual en mi, me acosté con una "castaña" de las que hacen historia (de ahí la foto inicial de la entrada en plan "american beauty"). Sin embargo, no sólo he sacado fuerzas de flaqueza para eso, si no también para sentarme ante el ordenador y compartir con ustedes todos los pensamientos que circulan como auténticos kamikazes por la autopista de mi cabeza amenazando con un choque en cadena y la posibilidad de dejar mi cerebro como el de Borja Thyssen (a medida que crecen sus bíceps y las tetas de su mujer, parece menguar su capacidad intelectual; en fin, quién necesita un cerebro apellidandose Thyssen?).Ahora que ya nos conocemos un poco estarán de acuerdo conmigo en que yo (al contrario que Borjita) suerte, lo que se dice suerte... nunca he tenido demasiada. Pues bien, lo último ya ha sido el colmo. Sin lugar a dudas, ésto es lo peor que me ha pasado desde que tengo uso de razón; ni siquiera comparable al fatídico día que, con dieciseis años, decidí fingir un dolor abdominal para escaquearme de un examen para el que no había estudiado. Lo que no había previsto era la posibilidad de que el director del colegio se curara en salud y me llevara al hospital para descartar una posible apendicitis. Supongo que no hace falta que les detalle la práctica que un enorme médico, con unos larguísimos dedos de pianista, llevó a cabo para comprobar si mi apéndice estaba o no inflamada. Lo que, a día de hoy, sigo sin entender es cómo un hospital puede encargar semejante labor a un hombre de unos cien kilos con los dedos de un grosor que puedo asegurarles que acojonaban; en fin... el simple recuerdo me provoca sudores fríos.

Bien, no les haré esperar más para contarles mi última desgracia. El viernes, en la oficina, Matías me preguntó si podíamos tomarnos una caña a la salida del trabajo. No era la primera vez que lo hacíamos, de hecho mi relación con el novio de mi ex se había ido afianzando poco a poco y, aunque comenzamos poniéndonos las caras como panes (ver entrada "ego te absolvo..." del 9 de julio), al final acabamos por encajar bien; pero lo cierto era que la propuesta de Matías vino acompañada de una cara de funeral... que hizo que saltaran todas las alarmas.

Cuando me senté frente a él supe que algo no iba bien. Pensé en algún problema relacionado con el trabajo, pero nunca podría haber imaginado, ni en la peor de mis pesadillas, lo que Matías tenía que decirme:
- Bueno, la verdad es que no sé por dónde empezar.
- Bueno, la verdad es que no sé por dónde empezar.
- Coño, me estás asustando; y te lo digo en serio.
- Santi, sólo te voy a pedir que, después de lo que voy a decirte, no hables con Leandra.
- Leandra? Qué tiene ella que ver?
- Verás, Leandra no quería que tú lo supieras, pero...
- Pero qué? Oye Matías, me estás poniendo de una mala hostia...
- Mira Santi, Leandra está embarazada.
- Ah, pues... no sé... enhorabuena, no? Me alegro por vosotros y... todo eso.
- Ya, gracias.
- Matías, puedes estar tranquilo porque para mi el tema Leandra está totalmente superado, así que...
- Está embarazada de cinco meses y medio.
Ay, coño, joder, joder, joderrrrr!!!! Nunca he sido especialmente bueno para las matemáticas ( de hecho, ellas fueron las culpables del ya comentado tacto rectal, más conocido como dedo en el culo), pero en aquel momento mi cerebro se convirtió en una especie de calculadora y en décimas de segundo me trasladé a principios del mes de junio. Mi relación con Leandra se terminó a finales de ese mes y poco depués descubrí que cuando rompimos ella ya llevaba dos meses con Matías. Aunque en su día me arrepentí de haberle partido la cara a mi compañero de curro por su colaboración en mi cornamenta, confieso que en ese momento volví a sentir la tentación de levantarme y abrirle el cráneo a botellazos. Me van a perdonar, pero estaba hasta los mismísimos cojones de la puta Leandra. Es que no iba a ser capaz de librarme de esa mujer en toda mi vida?
Para serenarme decidí seguir bebiendo.

Después de una hora llegué a varias conclusiones: que ella no quería que yo me enterara de su embarazo para evitar que pudiera reclamar mi posible paternidad, que Matías no podía vivir con la incertidumbre de no saber si el hijo que esperaba Leandra era suyo o mío y que por suerte estábamos en España y no en EE.UU (aun seguía marcado por mi experiencia americana) porque una borrachera así, en "yankilandia"... no se paga ni con la vida.
El pedo era tan criminal que no recuerdo ni cómo llegué a mi casa. La versión de Cipriano (tendré que creerle por su condición de único testigo) es que entré por la puerta a las nueve de la noche (una hora demasiado temprana para el estado en el que me encontraba) recitando en voz alta trozos de guión de varios capítulos de "Verano Azul".
Joder, no sé qué me pasa ultimamente (supongo que tiene algo que ver con el síndrome de Peter Pan) pero en cada borrachera que me pillo me da por gritar aquello de:"Que ni el viento la toque, ni mirarla…
Mujer, mi varadero, ni cantarla…
Porque amarga es mi voz, más yo la canto…
Que ni el viento la toque porque tiene
pena de muerte el viento si la toca."
Mujer, mi varadero, ni cantarla…
Porque amarga es mi voz, más yo la canto…
Que ni el viento la toque porque tiene
pena de muerte el viento si la toca."
En fin, que cantidad de recuerdos se agolpan en mi cabeza recordando a Javi, Pancho, Beatriz (que en esa escena ya es mujer, por cierto), Kike, Desita, Tito y Manolito (más conocido como "el piraña") corriendo por la playa de Nerja, cogidos de la mano y con el viento golpeando sus rostros. Ay, si Chanquete levantara la cabeza... Qué pensaría él de mi nuevo problema con Leandra y el bombo que se está rifando? Seguro que me invitaría a unas sardinas asadas en la cubierta de "La Dorada" y le pediría a Julia la pintora que cantara alguna canción para intentar calmar este desasosiego que siento.

Dejando a un lado el tema "de quién será la semillita?", he recibido una llamada de Adela y me ha citado el jueves en su consulta. Ahora que lo pienso, el famoso día de la teta y la hostia (de repente esta frase me ha recordado a Bigas Luna) me fui sin pagar, aunque no creo que sea tan cutre como para llamarme sólo para que le abone los ochenta euros de la consulta, no? A lo mejor lo que pretende es que le toque la otra teta. En fin, sea lo que sea, me enteraré pronto; ahora no tengo demasiadas fuerzas para pensar, sólo me apetece meterme directamente en vena la banda sonora de la película "Hedwig & the Angry Inch" (una de las joyitas de John Cameron Mitchell junto con mi adorada "Short Bus" y su colaboración en la durísima historia del documental "Tarnation" de Jonathan Caouette que les recomiendo encarecidamente).
Lo que necesito es olvidarme del mundo, de Leandra, de Matías, de "Verano Azul"y, sobre todo, de la primera regla de la pobre Bea que la obligaba a estar sentadita en una silla de playa, bajo una sombrilla, con una falda por los tobillos y lejos del mar; ya saben que por aquel entonces... las mujeres con la menstruación eran una especie de "gremlins" ( "hay 3 reglas que debe seguir: que no le dé la luz, odia la luz brillante, sobre todo la del sol, le mataría; que esté lejos del agua, que no se moje; pero lo más importante, lo que nunca debe olvidar, es que por mucho que llore, por mucho que suplique, nunca, nunca debe comer después de medianoche"). Tranquilas amigas plasticosas que hoy en día, aunque estén con "el mes", podrán mojarse, tomar el sol, comer después de medianoche... incluso tocar plantas sin miedo a que se mustien o hacer una salsa mayonesa sin que se corte; pero, eso sí, si viven con un musulmán... mucho ojito con tocar el Corán durante esos días críticos porque se puede armar la de Dios; o la de Alá, vaya usted a saber. Sea como sea, vayan ustedes con Dios o con Alá o con quien les de la gana ir, pero vuelvan pronto que se les echa de menos.
Cuando llegué a casa tuve claro que la única salida que me quedaba era empezar de cero, irme lejos, romper con todo, volver a "nacer" en otro lugar, entre otra gente, sin Jaimes, ni Katias, ni Leandras, ni Adelas, ni Ciprianos... Busqué en internet un vuelo barato de última hora a cualquier parte y preparé mi maleta. Nueva York me esperaba.


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En unas horas mi avión aterrizaba en el "J.F.K. Airport" y comenzaba mi nueva vida en la capital del mundo.
Como todo, hay vidas largas... y vidas cortas. La mía en Nueva York duró exactamente quince días; el tiempo justo para descubrir que en los EE.UU no había hueco para mi (ni siquiera dentro del enorme Dios plasticoso que acoge a todos sus pequeños hijos). Supongo que no estaban preparados para recibir un nuevo tipo de inmigrante de siete centímetros y medio, de plástico, fumador y vegetariano (al final Katia logró llevarme a su terreno "anticárnico"), bastante tienen los pobres norteamericanos con los hispanos, no creen? Aunque si no fuera por nuestros hermanos latinos... no sé quién cojones iba a limpiarles a estos señores toda su mierda; ah sí, claro, los negros. En fin... que yo tampoco estaba preparado para dejar de fumar, comerme sus porquerías, limpiar váteres y pagar diez dólares cada vez que me apeteciera una copa de vino. A estas alturas de la entrada...me voy a cagar en Frank Sinatra (D.E.P) y en "Bienvenido Mister Marshall". Olé, qué a gusto me he quedao!!

